Comunicación (cuento)
Con solemnidad en el gesto e indiferencia, el profesor interroga a sus alumnos.
— ¿Gutiérrez?
— ¡Presente, señor!
— Sé que se encuentra aquí, Gutiérrez. Ahora, no sé si usted lo sabe.
El comentario era habitual en el hombre. Los dirigía hacia los estudiantes que, por algún motivo, le molestaban, importunaban o simplemente porque podía hacerlo.
— ¿Estudió, Gutiérrez?
— Sí, señor. —respondió el niño con voz queda, casi inaudible, intimidado por la actitud del docente.
— ¿Cómo dijo? ¡No escuché! ¡Hable como hombre! Y póngase de pie cuando me hable.
Como accionado por un resorte, Gutiérrez se irguió, y con la voz más fuerte que pudo extraer de su interior, casi gritando, volvió a contestar la pregunta.
— No tiene para qué gritar, Gutiérrez, nos va a dejar sordos.
Esta vez nadie rió. Molesto porque su broma no rindió la respuesta esperada, decidió que Gutiérrez pagaría la insolencia de aquellos chiquillos.
— Solo una pregunta, Gutiérrez. 1 o 7. No hay intermedios, o contesta bien o se gana un nuevo rojo para su libreta de notas.
El niño asintió nervioso y asustado. El profesor, disfrutando la situación, alargó el tiempo antes de efectuar su pregunta, esperando que Gutiérrez bajara la guardia.
En el momento que el niño se volvía a mirar el cielo radiante de primavera, de un azul profundo que invitaba a volar a las aves y a la imaginación, se produjo un efecto de relajación visible en la expresión de su rostro infantil.
— ¡Deje de pajarear, hombre! Y escuche con atención: Don Perico de los Palotes se dispone a salir de su casa. Abre la puerta y se queda detenido mirando al cielo. Después de mirar, vuelve a entrar, toma un paraguas y esta vez sale cerrando la puerta. Pregunta: ¿lo que acaba de escuchar es un proceso de comunicación?
— ¡Claro que sí! —contestó Gutiérrez.
— Será usted… mejor no digo nada. ¡Un uno, Gutiérrez! Siéntese. Veamos si hay alguien que haya estudiado en este rebaño de flojos…
— Pero, señor, mi respuesta está correcta.
Contrariado, tanto por la impertinencia como por la falta de timidez del comentario de Gutiérrez, el profesor contraatacó con su más sarcástico acento.
— Gutiérrez, ¿entiende usted el proceso de comunicación? ¿Tuvo la dignidad de leer la materia que pasé al respecto? Por ser lunes y la primera hora de clases de la jornada, les refrescaré la memoria. El proceso de comunicación posee tres elementos básicos: un emisor, un receptor y un mensaje. En el caso expuesto, solo había un sujeto que sacó sus propias conclusiones al ver el color del cielo. No hay, pues, ningún proceso comunicativo.
— Sí lo hay, señor. El caballero de la historia se comunicó con la naturaleza. El aire le dijo que habría lluvia y por eso fue a buscar el paraguas. Entonces están los tres elementos que usted mencionó.
— No sé si reírme o llorar, Gutiérrez. Aparte de ser flojo y de no hablar como hombre, es casi… no sé si ingenuo o estúpido. Ahora, además del uno, lo voy a anotar en su hoja de vida como insolente, indisciplinado y falto de compromiso con el estudio…
— Eso es injusto, señor. Yo respondí bien y…
— ¿Bien? ¿Acaso usted se comunica con la naturaleza, Gutiérrez? —agregó el profesor con una mueca que trataba de pasar como sonrisa.
— ¡Sí, señor! Yo me comunico con ella. Y le puedo decir que hoy va a llover y correr mucho viento y…
La clase se echó a reír y el profesor, sin dar crédito a lo que escuchaba, cortó en seco al niño. Aparte del uno y la anotación en el libro de clases, lo expulsó de la sala y lo envió a inspectoría.
A la hora de salida, el profesor se dirigía a su automóvil, estacionado bajo unos grandes árboles. No le llamó la atención que al mediodía se hubiera nublado, pero casi a la hora de salida, fuertes ráfagas de viento empezaron a correr sobre la ciudad. Con un aullido horroroso, el viento soplaba furioso entre las rendijas de puertas, ventanas y pasillos del colegio.
El profesor llegó corriendo hasta su auto. No había encendido el motor del vehículo cuando un estruendo remeció todo el establecimiento. Un viejo árbol cayó con fuerza sobre el automóvil del profesor, aplastando la cabina.
Gutiérrez observaba la escena desde la ventana de la oficina de inspectoría. Mientras la gente corría y gritaba, él continuaba escribiendo las líneas del castigo que se le había impuesto: escribir mil veces “Debo estudiar y no andar inventando cuentos”.
© [2025] [Daniel Olivero González]. Todos los derechos reservados.


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