A Mario Vargas Llosa
"La literatura es fuego.
Es protesta.
No es una técnica de entretenimiento,
un pasatiempo, una evasión.
Es una manera de ayudar a cambiar el mundo."
— Mario Vargas Llosa (1936 – 2025)
El fin de semana pasado me enteré del fallecimiento del escritor peruano Mario Vargas Llosa (1936–2025). Me sorprendió porque uno tiende a pensar que ciertas personas son eternas: los padres, los amigos, algunos profesores, los artistas.
Me pegó fuerte porque, en el último tiempo, había vuelto a leer sus libros y me maravillaba del poder de su pluma. Una prosa limpia, de claridad absoluta en cada frase, con vuelos poéticos y alcances filosóficos.
Pero nunca dejaré de olvidar que dos libros suyos fueron los primeros que adquirí allá por los lejanos años 80. Con mis primeros dineros ganados trabajando, compré La ciudad y los perros (1963).
No llegué a esa obra por referencias escritas, sino por la película del mismo nombre, dirigida por Francisco J. Lombardi en 1985. La película me remeció y me hizo ver que, en nuestro continente, tenemos más en común de lo que creemos.
Ese libro me acompañó en un viaje al sur. Lo leí en una noche mientras cruzaba el Golfo del Corcovado, en el transbordador de Puerto Aysén a Chiloé. Ni me di cuenta de que el mar estaba de malas aquella noche.
Luego continué con La tía Julia y el escribidor (1977). ¡Cómo me hicieron reír las historias de Pedro Camacho! De ahí no paré: La guerra del fin del mundo (1981), Pantaleón y las visitadoras (1973), La casa verde (1966), El sueño del celta (2010)... Me faltan muchos por leer.
Y ya no habrá más. Eso es triste, pero también es una esperanza: la de tener, si el tiempo y el destino no dicen otra cosa, la oportunidad de leer lo que me falta de su obra y volver a sentir que el escritor sigue entre nosotros.
Porque los grandes no desaparecen, solo se vuelven inmortales.
© [2025] [Daniel Olivero González]. Todos los derechos reservados.
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