El relato de un perro, un hombre y una bicicleta: "Komotú" el perro guardián
El "Komotú" (*)
El "Komotú", perro cargante y atrevido, reinaba en el antejardín que consideraba su feudo. Ejercía con prepotencia la autoridad que le dictaba el instinto territorial.
El dueño del animal se regocijaba con las conductas agresivas de este; era una manera de mantener protegida la humilde propiedad y rodearse con la aureola de ser el amo de tan temido y aguerrido can.
El vecindario entero temía pasar frente a la casa del "Komotú", a excepción de un amigo del amo: un hombre de mediana edad, fornido y tan bravucón como el perro.
Gustaba de desafiar al animal y provocarlo. No manifestaba temor alguno frente a él; al contrario, experimentaba un perverso placer al enfurecer al perro y ver que este no se atrevía a atacarlo. Solo ladridos salvajes y ensordecedores eran la única muestra de frustración del "Komotú".
La situación se mantuvo en tablas durante un prolongado tiempo. Hombre y animal se enfrentaban en un duelo casi teatral, donde el hombre insultaba al animal con todo tipo de improperios y groserías de baja estofa, dichas con ánimo agresivo y acento violento, y eran contestadas por la bestia desde el otro lado del jardín con gruñidos, el lomo erizado y el hocico espumante de rabia mostrando los colmillos.
Un día, el hombre llegó con una bicicleta. El dueño de casa le advirtió que no la dejara tan a la vista de los amigos de lo ajeno.
- ¡Qué va a pasar, hombre, si está el perro de mierda acá! ¾ exclamó el visitante.
- Nadie se atrevería a entrar si se encuentra este pulguiento inútil, al que todos le tienen miedo - respondió con una carcajada llena de sarcasmo antes de entrar en la vivienda.
Las horas pasaron volando entre trago y
trago. La noche ya rozaba la madrugada cuando el visitante decidió marcharse a
casa. La cara de asombro del hombre al ver que su bicicleta no se encontraba en
el antejardín contrastó con la expresión relajada del animal, que observaba al
hombre fijamente desde un rincón del jardín...
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