Blues: Historia, Leyendas y su Huella en la Música Moderna



"Esperemos que toquen el blú", decían los más avezados en materias amorosas cuando se trataba de invitar a bailar en una fiesta a la niña objeto de los deseos que en la adolescencia surgen con fuerza y desatino.

"¿El blú?" preguntaba el despistado, "el lento, para bailar apretados, así se puede cotizar la oferta" respondía el lúbrico espinilludo.

Con el tiempo supe que una balada pop, lenta y romántica estaba muy alejada del verdadero blues.

Incluso podríamos decir que como géneros musicales se hallan en las antípodas. Pues el "blú", como lo denominaba el aprendiz de seductor del inicio de esta columna, es, generalmente, un producto de claro tinte comercial, ligero, fácil de oír, con letras y temáticas simples.

El blues, en cambio, es el grito del alma hecho música. Nació en los campos de algodón del sur de Estados Unidos, donde los esclavos afroamericanos entonaban work songs y spirituals para sobrellevar las jornadas extenuantes. Tras la abolición de la esclavitud, estas expresiones evolucionaron en una nueva forma musical, que bebía de las aguas de la melancolía y la resistencia a la segregación y el racismo.

Su estructura más común, la progresión de  doce compases, le da un patrón rítmico inconfundible, acompañado por el lamento de las blue notes, esas notas ligeramente desafinadas que transmiten una sensación de dolor y añoranza. Además, el call and response (llamada y respuesta), heredado de las tradiciones africanas, le da al blues su carácter conversacional y emotivo.

La primera figura en popularizar el género fue  W. C. Handy, quien en 1912 publicó Memphis Blues, pero el espíritu más auténtico del blues se encuentra en los músicos que lo llevaron al límite. Robert Johnson Robert Johnson, con su mítica historia de haber vendido su alma al diablo en un cruce de caminos, definió el Delta Blues con su guitarra punzante y su voz espectral. Con la migración afroamericana a las ciudades industriales, el blues cambió de paisaje: en Chicago, Muddy Waters y Howlin’ Wolf electrificaron su sonido, mientras que en Texas, guitarristas como  Lightnin’ Hopkins añadieron un ritmo más suelto y agresivo.

El blues no viajó solo. Su primo cercano, el jazz, se nutrió de sus escalas y su expresividad, llevándolo a terrenos más improvisados y experimentales. Sin el blues, el jazz no tendría su alma; sin el jazz, el blues no habría encontrado la sofisticación que le permitió trascender más allá de los bares de mala muerte.

Pero su influencia no se quedó ahí. En los años 60, músicos británicos como Eric Clapton, John Mayall y los Rolling Stones lo reimaginaron para el público blanco, dando origen al British Blues y sentando las bases del rock. Más adelante, el soul y el funk tomaron su esencia rítmica, y en el hip-hop, los ecos del blues siguen presentes en samples y bases rítmicas.

Así que la próxima vez que alguien pida "el blú" en una fiesta, tal vez valga la pena preguntarle si quiere bailar pegado o si prefiere que le pongan un buen B.B. King para entender lo que significa sentir el alma en cada nota.

Y cerrando esta publicación, les dejo un blues cantando por el aguerrido Pablo González O'Neil, el cantautor estrella del catálogo digital del Eco De Un Recuerdo, interpretando "He (sobre) vivido".





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